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El caos controlado de mi mesa de trabajo

BUENOS DÍAS

 

El primer sobresalto lo causó el equipo de música, el estruendo del grupo heavy "Mago de Oz" a esa hora de la mañana me hizo entreabrir los ojos, con la sensación que da la pereza de haber dormido muy pocas horas, la música venía de la habitación contigua, así que si quería evitar que dejase de sonar, solo tenía una solución: salir de la cama, solución que mi mente valoraba como posible, mientras que mi cuerpo se negaba en redondo a ejecutar.

Poco a poco los ojos se fueron abriendo, ya estaba sonando el segundo tema del CD, y yo aun me debatía entre la necesidad de abandonar la calidez de las sábanas, o dejar que la música continuase taladrando mis oídos, y en ese momento la alarma del teléfono móvil se disparó con otra música, esta vez era Aretha Franklin con los Blues Brother, la mezcla de géneros musicales y la mezcla del tono más grave del equipo de música con el agudo del teléfono empezaba a aguijonearme la cabeza, así que no lo dudé más que un segundo, y de entrada opté por la solución más sencilla, apagar el teléfono que se encontraba en la mesilla al lado de la cama. Aun no había estirado la mano para coger el aparato, cuando otro sonido se disparó dentro de la habitación, se trataba del radio despertador, programado con una emisora en la que, aquella hora empezaban a contar las miserias que afectaban al mundo lejano y los problemas de tráfico del mundo local, paradojas de este mundo moderno en el que, mientras en una parte las preocupaciones de sus habitantes básicamente se traducen en sobrevivir, al hambre o a las bombas o balas de una maldita guerra, en otros lugares nos intranquiliza saber si encontraremos retención en la A2, o si el día va a ser lluvioso.

Mi incapacidad para dividir mi atención auditiva en tres partes, unida a la desorientación provocada por las pocas horas de descanso hicieron que por fin me decidiese, así que de una vez por todas me incorporé, cogí el aparato móvil y desconecté la alarma, lo siento Aretha, te tocó ser la primera, me calcé como pude los pies en las zapatillas, y aun sin encender la luz salí al comedor y apagué el equipo de música que estaba en ese momento ya por el cuarto tema a un volumen realmente ensordecedor, casi tropiezo con una silla al entrar de nuevo a la habitación, donde me esperaba el presentador radiofónico con su lista matinal de noticias, a las que apenas prestaba atención, pero que por ser la hora que era, y ante la inexcusable obligación de presentarme en mi puesto de trabajo me ayudaba a mantenerme despierto mientras me vestía como cada mañana, con el mismo pantalón, la misma camisa, la misma corbata...

Un nuevo día por delante, con el convencimiento que iba a ser exactamente igual que el que hace apenas unas horas dejé atrás... o no.

 

Me deje seducir por ti,

malévola devoradora de ilusiones

y caí entregado en tus garras

preso en la cárcel del olvido.

 

Insaciable, tu hambre me absorbió

y condenándome a solo a ser,

se me perdió el vivir.

 

Tu fuerza se incrementaba

en cada palabra vacía,

en cada gesto vano,

tras cada imagen repetida,

y tantas veces contemplada.

 

Poco a poco,

tu poder se fue agrandando,

buscándote fuertes aliados,

tu hermano el aburrimiento,

tu bienamada amiga la costumbre,

y, ¿por qué no avisar también a la amargura?

Todos ellos llenaron, poco a poco

sin dar pie a ninguna lucha,

de sombras mi corazón.

 

Y se me ensombreció el alma

se me secaron las lágrimas,

y me hirió los ojos el pesar.

 

Tres veces morí,

murió la vida

murió el amor

murió la alegría.

 

Mucho tiempo anduve así vagando,

extraviada mi rosa de los vientos

hasta que ella apareció

tu enemiga, la amistad

Y solo bastó un pequeño gesto suyo,

un leve ven a mi, y una palabra

y un amago de luz en las alturas

me mostró que si quería

mío era el poder de regresar

mía era la luz de nuevo.

 

De mi depende ahora, vieja arpía,

perder la ceguera,

poder alimentarme,

beber de nuevo de la vida

y al fin ser yo de nuevo,

y no lo que tu quieras

perversa rutina.

 

 

 



CAJON DESASTRE

Subido en mi cajón, en la Speaker’s Corner, mi garganta escupe palabras a borbotones que nadie escucha, el frío hace mella y las intenciones de los pocos que vistan Hyde Park un día como hoy parece que no pasan por pararse a escuchar a un pobre necio que se desgañita sin nada que decir.

Demasiado atrevido, me digo engañándome sobre los motivos de la falta de público, demasiado atrevido lo que quiero decir, y poco habituados los oidos de los transeúntes para mis palabras, definitivamente no están preparados, me justifico. Y sigo con mi perorata, vacío de mi interior todo aquello que me corroe, lo que siento y lo que necesito expresar, y de mi boca brotan palabras, ora violentas y atrevidas, ora dulces y suaves; entonces grito, susurro, clamo, murmuro…

De vez en cuando alguien parece mostrar un ligero interés, me escuchan durante unos segundos, y al cabo, asintiendo  con cara compungida, a veces incrédula, y otras con una cierta hilaridad, bajan la vista y desaparecen continuando su paseo.

Trato de imaginar este mismo escenario lleno de personas siguiendo mi discurso, asintiendo y aclamándome, atendiendo mis palabras y aceptándolas como si yo fuese un profeta, y éstas un dogma de Fé. Y siento miedo por ello, por la responsabilidad de decir algo que arrastre a ese público adonde nunca pretendí, que mi mensaje sea distorsionado y manipulado, y engañado por lo que nunca quise decir.

Así, llego a la conclusión que me debo solo a mi mismo, que todo aquello que digo, o escribo, todo aquello que hago, parte de mi y tiene su destino en mi. Solo es accidental que alguien más que pase por delante de mi cajón en Hyde Park escuche estas palabras y quiera perder parte de su paseo por escucharlas, e incluso las intente comprender.

¿Cual es entonces el objeto de que no abandone esta pequeña parcela donde sigo con mi discurso? Abandonar o continuar son opciones que dan vueltas en mi mente, y que pongo a veces en la balanza, mas ésta siempre se inclina por no dejarme vencer al desánimo, y no podría ser de otra manera, ya que apearme de esta peana donde dejo que fluyan como un torrente todas aquellas ideas que pasan por mi cabeza, donde me libero de las turbias aguas que ocultan el fondo de mis pensamientos y aquellas cristalinas que dan de beber mis sentimientos, supondría agolpar en mi interior la presión del líquido buscando la salida entre las paredes de ese pantano que se iría resquebrajando poco a poco hasta que un día caería roto en mil pedazos y el agua almacenada se dispersaría sin orden, arrasando a su paso todo aquello que encontrase.

No puede ser, no debe ser de otra manera, seguiré en mi cajón en la Speaker’s Corner, continuaré con mi ininteligible arenga para mi deleite, y para todo aquel que quiera escucharla.





Víctor, ¡va por ti!

Lo confieso, si, esta mañana sucumbí a la nostalgia, palabra por cierto con una etimología bien curiosa:

Del griego Regreso (nostos) y Dolor (algos), curioso este dolor del regreso, o dolor por regresar. Pensándolo bien, en realidad le damos a la palabra un significado bien opuesto al que realmente es, pues cuando hablamos de nostalgia, el dolor que nos invade no es por regresar, sino por desear hacerlo.

Lo dicho, esta mañana sucumbí a ese dolor que se siente por el regreso a lo que sucedió, y no por querer que de nuevo suceda. Me vinieron a la cabeza viejas canciones, y presto empecé a buscar la manera en que podría escucharlas de nuevo.

Entre en http://www.radioblogclub.com , donde pude escuchar de nuevo (¡cuanto tiempo hacia ya que no la escuchaba!) la canción de Víctor Jara “Te recuerdo Amanda” me sumergí en sus estrofas, y a pesar de tratarse de una grabación antigua y llena de ruidos, se me clavaba en cada palabra en mi pecho el dolor del regreso, el dolor del recuerdo de ese cantautor mutilado y asesinado por el único pecado de musicar sus ideas. Se perdió su voz, y se perdieron versos tan espléndidos como los de esta canción:

Te recuerdo Amanda,

la calle mojada,

corriendo a la fábrica

donde trabajaba Manuel.

La sonrisa ancha,

la lluvia en el pelo,

no importaba nada

ibas a encontrarte con el…

Son cinco minutos,

la vida es eterna en cinco minutos,

suena la sirena,
de vuelta al trabajo,

y tu caminando,

lo iluminas todo,

los cinco minutos te hacen florecer

Te recuerdo Amanda,

la calle mojada,

corriendo a la fábrica

donde trabajaba Manuel.

La sonrisa ancha,

la lluvia en el pelo,

no importaba nada,

ibas a encontrarte con el…

Que partió a la sierra,

que nunca hizo daño,

que partió a la sierra,

y en cinco minutos,

quedó destrozado.

Suena la sirena,

de vuelta al trabajo,

muchos no volvieron,

tampoco Manuel.

 ...

Y en cinco minutos recordé la muerte de su verdugo, hace bien poco, en su cama, de puro viejo, y sin haber sido nunca juzgado por sus crímenes.

Si es que existe, espero que nunca su alma encuentre reposo, aunque el recuerdo de sus víctimas le perseguirá siempre, púdrete Pinochet.

En cinco minutos evoqué la cara de esa Amanda que nunca conocí en el pasado, aunque se me apareció en mi presente su ancha sonrisa, su pelo mojado, y la alegría por el encuentro con su amado.

Víctor, gracias por recordarme que la felicidad puede estar en tan solo esos cinco minutos, y gracias siempre porque cada vez que recuerdo tus canciones tengo presente que también en cinco minutos se puede destrozar el más bonito de los sueños, por lo que intentaré vivir intensamente los míos.

Normalizar…

Normalizar…

Abro el diccionario Encarta y leo el significado de esa palabra:

Normalizar:

1.- Regularizar o poner en orden lo que no lo estaba

2.- Hacer que algo se estabilice en la normalidad.

3.- tipificar (ajustar a un tipo o norma común).

Miro a mi alrededor, voy a tener que normalizar esta mesa de escritorio, está realmente desordenada y a saber dónde puse la factura aquella que más adelante me hará falta para Hacienda..., bueno, cuando llegue el momento ya lo normalizaré,  y esa pila de platos que tengo pendientes de fregar, finalmente va a perder su estabilidad y me va a tocar renovar vajilla, tendré que normalizarla.

Normalizar, ordenar, estabilizar, tipificar, ajustar...

Solo leer estos verbos me recorre por mi espina dorsal un extraño hormigueo, me imagino arrastrado sin piedad a la oficina después de una noche de dudoso descanso, donde soy encadenado a la silla para pasar una nueva jornada rellenando los formularios de siempre, me contemplo sujeto por los hombros mientras soy acompañado a mi domicilio, donde se me sienta frente al televisor, después de haber besado en la mejilla a la persona que comparte mi casa, sin apenas haber cruzado un par de palabras con ella, observo cómo dos personas, considerablemente más jóvenes y bajitas que yo corretean a mis pies, mientras yo, absorto en mi normalidad, pierdo la mirada en la pantalla y apenas acaricio sus pequeñas cabezas. Y veo como todo esto se repite día a día, normalmente, establemente, ordenadamente...

Tampoco pretendo engañarme, y hasta que la suerte no me sonría, y me toque algún premio que me permita desprenderme de las obligaciones laborales (aunque para ello debería empezar a jugar...), me temo que no voy a tener más remedio que ir, normalmente, a trabajar cada día, pues hay que comer y pagar los recibos con estabilidad, y ajustar los presupuestos para poder vestirme y hasta en algún momento dado permitirme algún que otro capricho, eso si, ordenadamente.

Pero no renuncio al desorden del amor, no me resigno a desajustar mis sentimientos para que vaguen libremente en busca de emociones, ni quiero encogerme de hombros pensando que la estabilidad acaba por dinamitar éstos sentimientos, declino la normalidad en el trato con las personas que amo, prefiero dejarme llevar a la deriva por las sensaciones y que sean ellas las que transporten mi relación al puerto donde crean más conveniente, esperando que éste sea acogedor y la resguarde de las tormentas.


Y sin palabras…

A veces me sorprendo relatándome a mi mismo lo que estoy viviendo, haciendo un repaso mental como si en ese instante estuviese redactando la novela de los acontecimientos, unas memorias que se escriben en directo.Escucho mis propias palabras mientras voy narrando los hechos, describiéndome a mi mismo los objetos y las situaciones, quizás en un intento de grabarlas en mi cerebro, y así más tarde poder recuperarlas en un relato fiel de lo que sucedió.

Como en el instante en que estoy escribiendo este texto, mientras tecleo las letras que lo compondrán y voy pensando cuales serán las próximas palabras que lo completen, en ocasiones se suceden los hechos en mi vida cotidiana de esta manera, en lo que parece un guión escrito de antemano en el que yo solo voy interpretando mi papel al tiempo que repaso cual va a ser mi actuación al salir a escena.Y actúo en este gran escenario, como digo, repasando ese guión y procurando que no quede ningún cabo suelto que haga fracasar la obra, mientras espero que a final de cada escena, el público, aunque no ovacione, por lo menos se retire satisfecho de lo que ha visto en la sala, que las molestias que se ha tomado para asistir a la representación, sean por lo menos compensadas por una buena interpretación de este autor-guionista-director.

Pero sucede que a veces las sensaciones superan el corsé de las palabras, la mente se bloquea y es incapaz de narrarlas, y únicamente me permite vivirlas, sin planificación, sin guión, dejando entonces que la obra se convierta en una actuación de mimo improvisada, donde solo los gestos tienen sentido, donde solo las onomatopeyas están permitidas, y de lo que se trata es de vivir y transmitir esas sensaciones.Y cuando intento evocar esos momentos, únicamente me sobrevienen recuerdos sensoriales, con seguridad he asistido a esa obra, como protagonista a la vez que como público, y seria incapaz de describirla, ni siquiera de redactar un breve resumen.

Entonces, recojo un verso del "Nocturno" de Alberti, que aunque escrito bajo un contexto muy diferente, juzgo aquí apropiado:

"Las palabras entonces no sirven, son palabras"

Verdades absolutas

Verdades absolutas

Contemplo tu cara, mientras con mis dedos repaso el contorno de tus ojos, acaricio tus párpados, rozo tus mejillas, te retiro de la cara esos cuatro cabellos que te molestan y te provocan esos graciosos tics. 

“Eres preciosa” Y te ríes, me dices que no… 

Solo yo puedo decirlo si lo eres, ¿quien más sino yo mismo te está viendo en estos instantes desde la misma posición que yo, con la misma iluminación, a una igual distancia…?Ni siquiera tu misma, con el más exquisito de los espejos, podrías llegar a ver la misma perspectiva que yo, ni la mejor cámara digital y el mejor director de fotografía alcanzarían a acercarse y contemplarte en la forma en que yo lo hago, solo mi punto de vista es mío, único y exclusivo, y razón más que de peso para que mis palabras sean ciertas.

Pues mis ojos los tuyos, los suyos, son solo una lente por el que se escurren las imágenes, para que una vez en nuestra mente, juguemos con ellas a ser dioses y les incorporemos sentimientos, recuerdos de sensaciones, palabras y gestos, y las agitemos preparando el más delicioso cóctel tras el que servimos nuestras palabras: 

“Eres preciosa” Y te ríes 

¿Quien puede decir que no lo eres? Tengo la verdad absoluta de saber que lo que veo es lo que pienso, y no es una opinión,  ni siquiera admite discusión.

 Soy subjetivamente objetivo… ¿U objetivamente subjetivo?


Aquello que fue

Qué vano pretender que de nuevo todo se repita y vuelva a ser igual. Nos aferramos a los hechos vividos, como se aferra el escalador en ese pequeño canto de la roca, sabiendo que si se suelta quedará suspendido de la cuerda de seguridad, quedando momentáneamente entontecido por la caída hasta que de nuevo pueda aferrarse a la montaña y remontar otra vez la ascensión. Y nos agarramos con todas nuestras fuerzas a nuestros recuerdos, pensamos que unos pasos más arriba, superado ese desplome en la roca, ese último obstáculo, serán la base donde montar nuestro campamento. 

Y querremos volver a vivir aquellos gratos momentos, con la vana ilusión de que todo se repetirá de igual manera, de que duplicaremos los instantes y los recrearemos tal cual sucedieron, que recibiremos de igual manera las sensaciones, que nuestras emociones serán las mismas. Reconstruimos así los escenarios, los vestimos para la ocasión con las mismas ropas que cuando sucedió aquello que pretendemos gozar de nuevo, colocamos los objetos en la misma disposición que antaño, hacemos los mismos gestos, decimos las mismas palabras, y sin embargo…Sin embargo pasamos por alto que nuestra memoria es un continuo aportar vivencias, que los recuerdos no son siempre lo que creemos, sino casi siempre lo que queremos que estos sean, y que aunque nos empeñemos, jamás volveremos a recuperar aquello que ya está vivido.  

Proseguiremos el ascenso, el recuerdo de aquel saliente que nos sirvió de apoyo unos metros más abajo nos ayudará sin duda a encontrar uno similar en el que nuestro pie encontrará sostén, y esta fisura en la pared a la que ahora nos asimos, sin duda se parece a aquella del inicio de nuestra ruta. Pero la montaña que escalamos va cambiando a cada metro de la ascensión, ahora el sol la ilumina de manera diferente, y los paisajes cada vez se abren más a nuestra vista cuando podemos apartarla de la pared. Y palpando encontramos nuevos puntos de apoyo, diferentes, donde sujetarnos ya que la escalada continúa, y éstos pretenderemos de nuevo volverlos a encontrar más arriba, y así en un invariable ciclo hasta llegar a la cima.    

Cierro los ojos y recuerdo, evoco lo que he vivido hoy mismo y anhelo que se vuelva a repetir, siento de nuevo esos besos en mis labios, ese calor que me transmiten sus abrazos, la leve presión de su cabeza apoyada en mi pecho mientras duerme, su aliento en mi cara, sus caricias… Ansío calcar estos momentos, aunque se que ellos solo pertenecen al ayer, pero también se que los momentos que pertenecerán al mañana, ambicionaré calcarlos desde el mismo instante en que sucedan.

Besos

Me apasiona besar, y me gusta saber y poder comprobar que las personas aun se besan, pero por supuesto que no hablo de los besos de compromiso, esos besos que se dan por obligación: “nene, dale un beso a tu tía” o “te presento a fulanito/a tu nuevo compañero de turno”, sino de los besos sentidos, los besos de esas (cada vez parece que menos) parejas en el parque, los besos del niño haciendo ventosa en la cara de su madre, los besos sinceros del amigo o amiga que se acompañan de un abrazo, los besos de despedida, los besos de bienvenida, siempre los besos…

Me gusta besar, y me gusta entre otros motivos, porque besar comporta también el ser besado. Y me apetece siempre probar nuevos tipos de beso, experimentarlos, y que los experimenten en mi, besos apasionados que hacen que las lenguas se hundan en las bocas y batallen incruentamente, besos sensuales, como tímidos, con los labios apenas tocándose, como si el miedo no les dejase juntar del todo, y el cosquilleo de ese roce que fluye desde los labios de la pareja hacia los míos, besos que recorren con caricias la mejilla, los ojos las sienes, las orejas, el cuello, todo el cuerpo, o que lo hacen con sonoras oclusiones, besos que son lengüetazos desvergonzados, o recatados besos juntando suavemente los labios, besos mordisco, besos ventosa…

Besos, besos, besos, y siempre besos.


RESACA

Hoy me he levantado con resaca, maldije las cervezas, el vino, y el cava que estuve tomando ayer toda el día. El dolor de cabeza, la lengua pastosa y la garganta reseca han sido mis compañeros de despertar.Y es que ayer fue el día de Reyes, la última secuela de la vorágine navideña, el último peldaño a subir de una escalera que, a partir de la noche del 24 de diciembre y, con pequeñas treguas hasta el 6 de enero, vamos subiendo, a la vez que nuestro estómago va bajando y las ganas de llegar al rellano final van en aumento.

Podría decir que odio la Navidad, pero mentiría, hace tiempo que oigo cada vez más esta frase, que con el paso de los años parece que se haga habitual, “odiar estos días, ganas que pasen rápido”, etc. Yo simplemente cada vez me empapo menos en ese supuesto “espíritu navideño”, será que también me hago mayor, o será porqué, como en una forzada y no muy deseada relación sexual, nos empiezan a machacar con los preliminares nada delicados a principios de noviembre, abrazos machacones y nada sensuales durante todo el mes de diciembre, una penetración salvaje a mediados de éste, y finalmente un clímax al llegar estos días que solo satisface a los grandes almacenes y comercios varios, y que a la mayoría deja con esa sensación de que más que una relación consentida se ha tratado de una violación salvaje.

No, en realidad no odio la Navidad, su significado me es indiferente por mi condición de ateo declarado, condición que por otra parte no es incompatible con la convicción que tengo de que celebrar, lo que sea, siempre es una buena cosa. Lo que realmente me deja perplejo es la capacidad que tenemos de desear felicidad estos días, ¡Bravo! Mejor desear ser felices y desear felicidad estos días que nunca, pero vaya… ¿Por qué no me desean felicidad el 20 de febrero, o el 14 de mayo?, no es que sean fechas especiales, pero mira, quizás este año me apetezca que por estas fechas lo hagan y, en cambio, seguro que van a ser días en los que me tropiece con las mismas caras frías de siempre, de cuyas bocas con suerte sacaré un simple saludo.

Si alguien se acuerda, ya sabe…

METAFORAS Y CAMINOS

METAFORAS Y CAMINOS

Recurrente metáfora la del camino, vida y camino, camino por recorrer, un tránsito del cual conocemos perfectamente el final del trayecto, y sin embargo estamos totalmente desconcertados por la manera en que éste se desarrollará. Un camino lleno de etapas el devenir de las cuales debería dejarnos la sensación que no ha sido en balde nuestro paso por el.En éste viaje atravesamos estrechos senderos, caminos más anchos, pistas, carreteras, y en ocasiones grandes autopistas que aceleran nuestro paso, sin obstáculos como los que en esas pequeñas sendas debemos sortear. E incluso las rutas que nosotros mismo debemos abrir cuando, perdidos en el bosque tenemos que apartar las ramas de los arbustos que nos impiden el paso, o sortear esas rocas que parecen haberse decidido a no dejarnos avanzar en la dirección que nos conduce al final de la espesura. 

Socorrida metáfora la del camino… recurso de poetas.  Se hace camino al andar… 

Hoy salí, de nuevo otra etapa más de mi viaje, y en esta ocasión, a la vez que metafórico, el viaje fue real. El día amaneció despejado, salvo alguna lejana nube en la dirección hacia donde me dirigía y amenazaba con hacer que parte de este viaje transcurriese hoy bajo la lluvia, dejé atrás mi casa, mi refugio, la seguridad de las cuatro paredes y el tejado que me resguardan del frío y de esa posible lluvia pero que, a la vez, en ocasiones es la trampa que me atrapa y pretende retenerme para no dejarme avanzar en el camino. No, esta vez no lo consiguió, y ya pronto estuve circulando con el coche en la autopista, rápido, rápido, iba dejando atrás los paisajes y mi vista se centraba en las líneas de los carriles, dejando pasar a los viajeros con más prisa que yo, o adelantando a aquellos con más paciencia que la mía, se hacía leve y ligero el viaje, sin sobresaltos, pero también sin alicientes.Y hacia la mitad del trayecto, la niebla hizo acto de presencia, el cielo desapareció bajo su manto (otra socorrida metáfora, ese manto que cubre y te aísla, manto frío y húmedo, curiosa contradicción un manto que en lugar de abrigarnos y cobijarnos, nos provoca esa extraña sensación de indefensión) y el camino se difuminó haciendo que avanzar en el fuese un ejercicio lento, aunque no lo suficiente para detenerme, además, tarde o temprano se sale del banco nebuloso, o bien éste acaba retirándose, como así sucedió, dejando de nuevo paso al sol que iluminaba el camino, cuando por entonces había abandonado la autopista, y me había adentrado en una pequeña carretera local.

Es la parte del este viaje más amena, la carretera no permite correr a grandes velocidades, las curvas y el trazado la hacen más peligrosa, pero a su vez, hacen que el camino sea diverso, y que los paisajes desvíen de vez en cuando mi atención hacia ellos, se recorre entonces esa parte del trayecto más despacio, pero… en realidad, ¿para qué hacer un ruta con prisas, y sin dejar deleitarnos con las vistas que nos regala?Fondos que se suceden, ahora mostrándome como la crudeza del invierno ha castigado los campos, quemando el verde de las plantas y dejando los árboles desnudos, expuestos con sus extremidades desprotegidas, aletargando los campos ahogándolos con una fina pátina blanca, producto de las heladas. Contemplé así este paisaje mientras conducía, pesaroso a la vez que esperanzado, “el invierno siempre pasa”, me digo, y los campos reverdecen de nuevo en cada primavera, y la vida se apodera otra vez de estos ahora yermos paisajes, y el camino sigue, siempre sigue hasta su destino, porque este, mi breve viaje, también tiene un destino, al que me fui aproximando.

Tengo grabada en mi mente esta ruta, no me es desconocida, y sin embargo, se me antojaba algo diferente esta vez, cada salto en el contador de los kilómetros del coche representaba ahora algo diferente, un paso más que me acercaba de un punto para acercarme a otro, ¿qué simple, no?, dejar un origen, llegar a un destino, y ¿por qué, para qué?, eso es lo realmente complicado, conocer el por qué emprendemos este viaje, aunque verdaderamente ya comenzó hace tiempo, y siempre estamos inmersos en él.Seguía la carretera, y conforme esta etapa estaba llegando a su final, el paisaje se tornaba cada vez más áspero, más duro, la rudeza de unas tierras olvidadas, resecas y áridas, un panorama desolado, pero que mi mapa mental conocía perfectamente y que sabía que, en poco tiempo ya, quedaría atrás, y que, como oasis en medio de este desierto, llegaría a las tierras regadas por el río que recoge las aguas que se han deslizado por esas yermas tierras, y se han filtrado entre ellas, recogiendo los restos del poco aliento que albergan, y que generosamente le donan para que riegue sus márgenes y todo a su alrededor tenga esa  vida de la que ellas carecen.

Final de la etapa, otra vez en el pequeño pueblo, otra vez la llegada me alegra el corazón, y me llena de alegría, después de este viaje comprobar que, en realidad, todo sigue en su sitio, y las paredes de esta otra casa, de nuevo van a ser refugio de la lluvia y del frío, cobijo hasta que, otra vez, emprenda el camino de regreso, y así, etapa tras etapa, el final llegue sabiendo que el viaje no ha sido vano, que cada uno de sus momentos me ha aportado alguna cosa, ora alegrías, ora tristezas, pero siempre la sensación de estarlo viviendo intensamente. 

Metáforas, siempre metáforas… 

En realidad, solo fui a mi pueblo a pasar el fin de año…