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El caos controlado de mi mesa de trabajo

Cruzando el rio

Cruzando el rio  

El amor es una bellísima flor, pero hay que tener el coraje de ir a recogerla al borde de un precipicio." ...

Stendhal

 

Charles Blondin, cruzó en 1859 las cataratas del Niágara, caminando 335 metros sobre una cuerda, el ensordecedor rugido del agua 50 metros más abajo, con sus fauces abiertas y amenazantes, dispuestas a engullir a todo aquel imprudente que bien accidentalmente o bien con la consciencia del suicida, osase caer en sus dominios.

Me interesó la idea de pensar como un espectador, fascinado por el montaje, sufriendo en mis carnes el riesgo ajeno, y sin embargo con la seguridad de quien lo  observa desde la distancia. Pero me sedujo más la fantasía de pensar qué pasa por la cabeza de personas como Blondin y por momentos quise imaginarme en su lugar, en el extremo de la cuerda floja, observando a lo lejos el final de ésta y concentrado en cada uno de los movimientos que debía hacer para concluir su gesta.

Doy mi primer paso, y a partir de ese momento no hay vuelta atrás, demasiado en juego y no debo dejarme vencer por las dudas aun a pesar de mi indecisión inicial, ya que he decidido afrontar este reto, mi reto, al margen de todo el público que se agolpa esperando que comience el espectáculo, algunos con la intención de vivir parte de mis emociones, otros con el deseo morboso de verme caer. Camino lentamente por el cable, que se mece mientras me desplazo por el, avanzando con el corazón acelerado noto la sensación como si unas manos oprimiesen mi pecho, exprimiéndolo y haciendo brotar lágrimas en su interior, una mezcla entre pánico que me impulsa a regresar, olvidarme de todo y renunciar a la gratificación de dar por fin el último paso, y la alegría de estar viendo como voy dejando atrás la cuerda, y me acerco a la otra orilla, con sobresaltos pero también con decisión, donde me espera el suelo firme, la felicidad de haber logrado cruzar ese abismo amenazador.

Intento imaginar al funambulita en la mitad del trayecto, donde la cuerda se balancea con más virulencia, donde ya no existe retorno pues el camino transitado iguala al que queda por recorrer, y regresar no solo supone afrontar la derrota, caer en la desazón y observar con impotencia como además de retroceder, permaneciendo en la ignorancia de no conocer el otro extremo, sino también el absurdo de hacer el mismo recorrido otra vez, de haber andado para desandar.

Así que con estos pensamientos prosigo y voy acercándome al final, y con pasos cada vez más firmes avanzo agarrado a la fiel barra que me ayuda a mantener el equilibrio sobre el cable, voy dejando atrás el ecuador de las turbulentas aguas, pero también voy dejando atrás la emoción del miedo pasado o la alegría de haber superado un traspiés sin haberme precipitado al vacío, la impaciencia por llegar a la otra vera del rio... en definitiva, me acerco a la tierra firme mientras a mi espalda se agolpan las emociones vividas en esta temeraria travesía, emociones que nunca más me abandonarán.

Tanto es así, que Blondin efectuó la proeza en otras ocasiones, poniendo un punto de temeridad cada vez más fuerte, ora con su representante al cuello, ora deteniéndose a mitad del recorrido para cocinarse una tortilla. Arriesgó, se jugó la vida en incontables ocasiones, y finalmente acabó sus días plácidamente en la cama.

Las pasiones, el amor, a veces se convierten en una cuerda floja donde dar el primer paso es la parte más difícil, pues la incertidumbre de salir indemnes de la aventura nos lleva a pensar en renunciar, y donde una vez iniciado el recorrido se goza, se sufre por haber gozado y echar en falta volver a hacerlo, y en ocasiones caemos y somos engullidos por la oscuridad hasta que conseguimos remontarnos de nuevo hasta el inicio del cable, y nos vuelve a atenazar el miedo a comenzar de nuevo. Pero como Blondin, una vez experimentada esa sensación de estar más vivo que nunca, pues amar es arriesgar, apostar por algo que nos puede lastimar, pero que también nos puede proporcionar los mayores placeres. Una vez experimentada, decía, no nos resignamos a no tender de nuevo el cable, y pasearnos otra vez por la cuerda floja, pues los sentimientos son vida, y vida nos dan...





4 comentarios

Suleiman -

¿Y no será lanzarse al rio justamente la solución más simple? Yo creo que hay que atreverse a cruzar la cuerda, que es lo verdaderamente arriesgado, el precipicio siempre estará ahí esperándonos por si en algún momento desistimos de atravesarlo y nos entregamos a su voracidad, entretanto, opto por el riesgo que supone hacer equilibrios sobre la cuerda.
De nuevo agradezco haberme leido, pero mucho más haber escrito tu comentario.

Carvalho -

Hay que corregir a ese viejo chocho de Stendhal: conviene LANZARSE al precipicio.

suleiman -

Como siempre agradezco los buenos ojos con los que lees lo que escribo. Creo firmemente que debemos sucumbir a los sentimientos, pues gracias a ello saboreamos la vida en toda su intensidad. No sentir,o renunciar a hacerlo, es también renunciar a vivir plenamente.
Molts petons!

yolijolie -

Cruzar el río...ya, en barca, es toda una proeza para el que no sabe nadar, una heroicidad travesarlo a brazadas para el reumático, y para hacerlo sobre la cuerda floja hay que estar loco del todo y qué mejor perdición que la de estarlo de amor, borracho de adrenalina,ciego de sensaciones que te convierten en el mejor visionario: el amor te hace poseedor del motor de una lancha hecha embarcación de crucero, sin timón ni remo, con rumbo a la felicidad. Felices malabarismos Sr Suleiman, es fantástico beber de tus letras. Ensanchas la cuerda floja hasta hacerla camino y me tientas con tu manera de escribirlas a empolvarme de magnesio mis pies descalzos...
Molts petons