ESPERA
"Túmbate ahí", dice mientras se levanta y se dirige a la mesilla donde le veo colocándose sus guantes. Y allí que voy, a la camilla, recostado de medio lado y con los pantalones y calzoncillos bajados, mientras mi vista se pierde entre la papelera situada al lado de la camilla, la pared y la puerta, y pienso en la impresión que se llevaría cualquiera que abriese ésta y me encontrase en tal tesitura...
Y con movimientos que yo diría casi mecánicos, la enfermera empieza separándome las nalgas, noto el calor de sus manos a través del látex de los guantes, no es especialmente bonita, ni en esos momentos tengo el cuerpo para muchas alegrías, pero debo reconocer que un pequeño escalofrío recorre mi espalda cuando esto ocurre.
Digo un par de palabras simpáticas para aliviar un poco la tensión, la mía por supuesto, ya que la enfermera aún permanece impasible, y sigue con su trabajo, como buena profesional. Esta vez me responde con cierta amabilidad, me comenta lo bien que se está cerrando el corte por donde se drenó el molesto quiste. Y hasta noto un pequeño detalle de empatía, cuando dice entender lo molesto que debe ser. "Bien", pienso, "mejor así, si ella está relajada no será brusca, y el mal será menor, no como el desgraciado que el otro día me sacó hasta las lágrimas."
Recuerdo la sala de espera tendido en la camilla, y en ella las madres con sus hijos, algunos bebes y otros que ya corretean arriba y abajo despreocupados, adolescentes acompañados de sus novias, o de sus padres con cara compungida o dolorida, gente de mediana edad en cuyo rostro se refleja el dolor de alguna enfermedad que aunque quizás no grave si molesta, ancianos que se sientan estoicamente, con sus caras cansinas y resignadas, esperando y comentando con otros ancianos sus dolencias, compartiendo síntomas como si ello fuese una forma de aligerarlas.
Reflexiono sobre lo poco que somos en realidad, una masa de carne, huesos y vísceras sujetos a los avatares ambientales que nos irán degradando y conduciendo hacia un inevitable final. No lo contemplo como algo negativo, que nadie me malinterprete, pero en realidad somos simplemente eso, por mucho que nos resistamos y por muchas vueltas que le demos. La diferencia con cualquier objeto inanimado es nuestra capacidad de darnos cuenta de ello, de hacernos cábalas sobre el pasado, el presente y el futuro, es nuestra habilidad para lanzar hipótesis de cosas que no existen y que puede que no existan nunca, de experimentar sensaciones que, con toda seguridad, tienen una base biológica y que sin embargo aceptamos se trata de sentimientos únicos.
Veo como esa madre, a pesar del largo rato de espera, sonríe y besa al bebé que mantiene en brazos antes de entrar en la consulta, como esa pareja siguen allí sentados, ella cara enfermiza, con su cabeza apoyada en los hombros de él, que la mira con ternura. Contemplo, en definitiva pequeñas escenas cargadas de esos sentimientos que nos hacen, precisamente ser lo que somos, y sin los cuales nuestro sentido en este mundo sería el mismo que el de la camilla donde tras la espera me he tendido ofreciendo mis nalgas a la enfermera para que proceda a la cura...
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