EL MAR
Cierra los ojos y apenas nota diferencia, hoy la luna se ha emperrado en no presentarse y es una capa infinita de estrellas la que cubre el cielo e ilumina con una tenue luz la cubierta del pequeño velero, y allí yace estirado en mitad de la noche, en medio de ese gran mar que lo atrapa todo, y envuelto en la soledad del navegante, escuchando los únicos sonidos que llegan a sus oídos: el lento batir de las olas contra el casco de la nave y el crujir de los maderos de ésta, mientras una apenas perceptible brisa le refresca levemente la cara, y el barco se mece con suavidad sobre ese mar tan calmo.
Son ya varios los días que el aire se muestra desganado, sin fuerza, y apenas atina a inflar ligeramente el velamen, y así la nave parece pintada como en un lienzo, un pequeño punto blanco en mitad del azul que cambia con el avance de la luz del sol; el timón suelto y esperando que sea el mar quien decida, que sean sus caprichosas corrientes quienes le arrastren allá donde mejor le parezca.
En realidad jamás trazó un rumbo, si que estaban esas islas que deseaba tanto visitar antes de partir, pero la carta de navegación fue variando con el mismo capricho que ahora, a medida que surcaba las aguas y se iba encontrando con espectáculos que atraían su atención, tierras que le aportaban desconocidos y sabrosos alimentos, paisajes espectaculares y un agua tan fresca que saciaba su sed durante semanas.
De esta forma, eran el viento y las mareas las que ejercían de guías y marcaban su destino, se apropiaron de él y gobernaron la nave, mientras le aportaban desde las más intensas alegrías hasta la más absoluta desesperación, haciendo que unas veces sintiese la necesidad de danzar en cubierta demostrando su felicidad, y en otras ocasiones desease saltar por la borda, para perderse en la inmensidad del agua que le rodeaba.
Se acomodó así a esa rutina, a dejar el timón a su albedrío y no esperar sino que la nave avanzase, ora empujado por fuertes vientos que le proporcionaban una vertiginosa velocidad, ora por las volubles corrientes que la trasladaban azarosamente.
Y allí se encontraba ahora, estancado en la mitad de la nada, con la incertidumbre de si esa calma iba a ser muy duradera o por el contrario, cambiaría en un instante y de nuevo sentiría esa dulce sensación de cerrar los ojos plantado en la proa y notaría otra vez el aire golpeando la cara a su avance, percibiendo como el mundo se mueve y él lo va dejando atrás, siempre con la seguridad que con un simple golpe de mano en el timón podría cambiar el rumbo y trasladarle allá donde decidiese.
Allí estirado en la penumbra, aguijoneadas sus pupilas por las titilantes estrellas, meditaba sobre si debía tomar de nuevo el mando y decidirse, por fin, a arrancar el motor auxiliar y escaparse de la calma chicha que le atrapaba o bien continuar, como desde hacía tanto tiempo, dejándose llevar. Aunque bien mirado, fijar un rumbo no dejaba de ser una tarea a veces inútil; un golpe de mar, una ola en un día de tormenta, un fuerte viento en contra... ¡Eran tantas las cosas que hacían que la dirección decidida variase y hubiese que rehacer los cálculos, rectificar la dirección y enderezar de nuevo la nave hacía el destino deseado!
Y es que así es nuestra vida, ese mar que pretendemos dominar, gobernando nuestro barco con mayor o menor pericia, pero que en realidad es él quien nos sujeta, nos mueve a su albedrío, y solo en raras ocasiones nos permite avanzar hacia donde deseamos, cambiar nuestro rumbo y dirigirnos hacia el destino que hemos trazado, pero a la vez contemplamos la fragilidad en la que nos encontramos frente a él, pues en cualquier momento su decisión puede ser contraria a la nuestra, y por más que nos obcequemos, nos gobierna y mueve a su antojo.
Pero hay que aprovechar esas raras veces que nos permite decidir, esas extraordinarias ocasiones en las que podemos gobernar el timón, asirlo fuertemente y decidir cuantos grados a babor o a estribor deseamos virar, y sentirnos fuertes con nuestra resolución, aunque el lugar donde lleguemos no sea el paraíso que habíamos pensado y debamos de nuevo hacernos a la mar en su búsqueda, puesto que dejarnos llevar nos puede conducir a ese punto donde la calma nos absorbe, donde esa quietud ya no nos aporta ese soplo de aire fresco en nuestra cara y todo parece detenerse y donde la bruma cae lentamente hasta apoderarse de nuestro animo, y entonces nos es más difícil volver a retomar el gobierno de la nave, ajándonos en la desesperación, o simplemente en la desidia.
En ocasiones hay que poner en marcha ese motor auxiliar que todos los veleros llevan, y que a pesar de que pueda necesitar una puesta a punto pues el desuso lo tiene agarrotado, nos saque de esas aguas ya muertas, en donde el sol del día las calienta tanto que ni los peces se acercan a la superficie, ni la fría y oscura noche nos permite ya siquiera contemplar el espectáculo estelar, y dirigir la nave hacia otros horizontes donde encontrar ese viento que empuje nuestro barco y donde contemplar las auroras lucir en el cielo y la belleza de los delfines saltando a nuestro alrededor.
Salí a navegar, solo espero que las corrientes y los vientos me sean favorables, y que la comodidad de dejarme llevar no impida que mi mano sea firme en el timón cuando decida el rumbo...
16 comentarios
Q 2 K -
Vendrás con las pilas recargadas...
Anda, escribe algo!
Besos
Suleiman -
Aunque solo sea por ello, intentaré actualizarlo más a menudo, pero prefiero poco y bien meditado que mucho y sin contenido.
Un abrazo, un beso y un mimo, lo que todos siempre necesitamos.
Azul -
Gracias por escribir como escribes.... y dejarnos ser partícipes de ello.
Suleiman -
Cómo no me voy a acordar de nuestros juegos a alquimistas... Y cómo me voy a olvidar que gracias a ese alguien que reconoció mis imágenes surgió mi placer por la fotografia, y que fueron su ayuda y consejos los que me ayudaron a iniciarme en esa alquimia. Os quiero, amiguitos! A ver si nos vemos/oimos/leemos pronto!
Suleiman -
Un abrazo!
Anónimo -
Carvalho -
Estuve tentado de abrir mi propio cuaderno y para ello curioseé por diversos servicios, entre ellos blogia.com. Me entretuve en repasar el directorio y me llamaron la atención varios seudonimos.Que en pleno siglo XXI alguien tuviera las narices de darse a conocer como Suleiman, emperador otomano ilustrísimo,me decidió a darme un paseo por tu cuaderno.LLegué, leí y disfruté. Incorporé a favoritos junto a otros y así hasta hoy. Gracias por tu paciencia y hasta pronto.
Suleiman -
Yolie... ¿qué más te puedo decir? Me mimas demasiado con tus palabras. Un beso!
yolijolie -
En la quietud de tu embarcación, no dejes de mirar el fondo marino. A veces lo que parece inmutable es más rico en vida que el verde paisaje que queremos divisar.
Besos
Yoli
Carvalho -
Suleiman -
Quizás no es una gran foto, poco a poco y con ayuda del escanner voy recuperando imágenes de una época en la que me apasionaba encerrarme en el laboratorio y jugar a alquimista con las imágenes, aunque realmente nunca fuí un gran fotógrafo.
Pero no me podía negar a tu petición.
Un abrazo, amigo!
Carvalho -
Suleiman -
Carvalho -
Suleiman -
Una abraçada!
Me ha encantado tu relato -
Me he visto reflejada en tu Mar, en un velero similar dejándome llevar por la corriente hacia un destino que no es el mío porque no lo decido yo.
A veces me revelo contra la desidia dela que hablas y quiero tomar fuertemente el timón ya que ese sí que es mi destino, tomar el timón de mi nave, la nave con la que llegué a esta vida, mi más preciado tesoro.
Pero son tan fuertes las tormentas y tan débiles mis brazos, que me rindo.
No quiero perder la esperanza de que puedo fortalecerlos poco a poco, pero no demasiado, perder el miedo a este rumbo tan conocido para darme la oportunidad de tomar el que me dieron al nacer, mi propio rumbo, mi destino decidido día a día.
Una abraçada